Desde mi terraza contemplo como el sol se pone sobre el mar, mi mar. He de confesar que soy una madrileña con alma gallega, y ya que estamos, llevo un poco de Suiza en la sangre.
Supongo que todo tiene relación, una puesta de sol es una obra de Arte, porque la Naturaleza es el arte con mayúsculas, un arte que los pobres mortales hemos tratado de emular desde el principio de los tiempos. El sol, el mar. Mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, rodeada de piezas obra de esas mujeres y esos hombres que trataban de capturar, a su manera y bajo su sentimiento, la belleza. Si algo he descubierto en mi vida es que si alguien, desde la más humilde creatividad, es capaz de atrapar un instante, aunque sea pequeño, de esa belleza y esa emoción que nos regala la vida cada minuto, ha sido capaz de crear arte. Y esa creación, al igual que la Naturaleza, no necesita explicación, no necesita guía, tan solo un corazón que esté dispuesto a sentirla.
Por eso, ni de lejos me considero una artista, no es falsa modestia, es una simple verdad. Pero si que es cierto que persigo el arte incansablemente, porque es mi inspiración, consciente y habitando las paredes de mis recuerdos. Quiero pensar que en lúcidas ocasiones me acerco. Esa satisfacción que sientes cuando tienes delante la fotografía a la que no le cambiarías nada, al menos hoy. Es una consecuencia, una creación tiene vida propia y evoluciona, muta según los ojos que la miran, según el momento vital. Cuantas fotografías que conservo de mis años de estudiante, me sorprenden y, sobre todo, me hablan. Si, todo evoluciona, afortunadamente. Mi trabajo también lo hace, pero siempre manteniendo un delgado hilo conductor, conseguir que el tiempo no estropee esa imagen, que envejezca bien, que pasen los años y siga gustando mirarla. Como una hermosa mujer, cuyas arrugas y canas lejos de robarle belleza le añaden vida vivida, le añaden valor.
La Naturaleza me devuelve a la vida cada día, entre mantras, y cada noche, entre agradecimientos. Pertenezco a un grupo privilegiado de seres humanos que dedicamos nuestra vida a nuestra pasión. La Fotografía. Y esa pasión la dejo fluir con la misma intensidad siempre, esté dentro de una Iglesia delante de una pareja de Novios, como delante de un espejo para un autorretrato, en la parte más íntima que conoce mi cámara. Porque mi cámara me conoce mejor que nadie, y ha pasado a mi lado más tiempo que nadie (menos mi amada madre, por supuesto). Y eso es lo que soy, una mujer con una profesión con la que canaliza su amor por la vida, por los detalles, por los momentos, por el olor del mar, por la brisa del otoño, por las luces de un cielo que siempre está ahí y al que no pienso dejar de mirar. Y aquí pienso seguir, entre mis árboles y mis objetivos, con todo lo que esta vida maravillosa tenga reservado para mi.